
Mi pequeño hijo cumplió siete años y cambió.. cambió sí, cambió, de la noche a la mañana creció. Más que los milimetros que día a día se mide en la pared, algo pasó en él. Hace unos meses andava confundido, remedos de pataletas, ánimos exaltados, agresiones contenidas. Casi, casi creo que fue el retroceso( el tomar viada) para un gran salto. Hoy encontró de nuevo la calma y sentí con penita que algo había quedado en el ayer, mi pequeño niño no acepta más que lo cargue (es más a veces ni puedo), tuve que medir mis besos efusivos a la hora de dejarlo en el cole ante sus: "ayyy mamáaa", el pudor saltó dando alaridos y ni qué decir de la delimitación de sus espacios. Lo observo con calma ensimismado en un libro o desatado pateando cualquier remedo de pelota. Me contengo para no interrumpirlo, para no meterme en su mundo solo cuando él me llama.
Felizmente y para suerte de los dos, tarde en la noche, cuando ya nadie lo vé, me llama a su cama, casi como un secreto y me pide que lo abrace fuerte, se engrie, se enternece y duerme tranquilo. Sus rezagos de inocencia afloran y viene a mi memoria aquella frase tan escuchada y poco creída: "dusfrútalo mientras es pequeño"...